Esta leyenda de los lavaderos de Aculco
Justo a un lado, había una casa con un gran árbol de pirul. Ahí, vivía una mujer muy atractiva, pero que infundía miedo entre los pobladores debido a que se rumoraba que era una bruja.
Ningún hombre se le acercaba por temor, pero ella deseaba tener un hijo. Con el tiempo, su desesperación y rencor crecían, pero la gota que derramó el vaso fue una ocasión en la que, mientras lavaban, un par de mujeres se burlaron de su soledad e incapacidad para formar una familia.
Para el infortunio de ambas, la bruja las escuchó, pero no les dijo nada, aunque internamente juró venganza a costa de su existencia, por lo que días después selló un pacto con el Diablo.
Repentinamente, tres niños del pueblo desaparecieron… los locales sabían que la bruja era la responsable de tales atrocidades, por lo que fueron a su casa con antorchas, palos y machetes.
Entraron a la fuerza y al momento de abrir la puerta, los cubrió una nube espesa y helada, al tiempo que una voz macabra salía del pirul.
Primero, lanzó insultos y maldiciones, para después confesar que era la bruja.
Enardecido, un hombre le dio un hachazo al árbol y se escuchó el quejido de un niño. De pronto, se escucharon las risas de la bruja, quien les dijo que las almas de los 3 niños estaban atrapadas con ella en ese pirul, así que si alguien se atrevía a atacarlo, no solo la afectarían a ella, sino también a los pequeños.
Desde entonces, los aculquenses juraron no dañar el árbol, que aún se mantiene de pie. Hay quien dice que, si alguien clava un objeto filoso en el tronco, verá cómo derrama salvia blanca que poco a poco se torna roja, mientras se escuchan gritos de niños y risas macabras.
El Universal